El Río de la Miel (Algeciras)


¿Qué pensaríamos si nos hablan de zonas de vegetación que han permanecido intactas desde el Terciario? ¿De bosques de galería húmedos y umbríos que han desaparecido de la práctica totalidad del continente europeo? ¿De gargantas angostas en las que sorprendernos con un paraíso de musgos, líquenes, helechos y arbustos relictos como el Rododendro? Seguramente la imaginación del lector volaría rápido hacia los bosques de regiones tropicales, a las grandes selvas, quizás, lejanas e inexploradas por el hombre blanco.

Pues no, todas esas maravillas están tan cerca de nuestra civilización que desde la localidad de Algeciras apenas 20 minutos en bus (sigamos desmontando el mito de que para ir al campo, para ver campo, hacen falta enormes vehículos 4x4) nos separan de ellas. Son sólo algunos de los elementos de la naturaleza que podemos disfrutar en el Parque Natural de los Alcornocales y más concretamente en la Ruta del Río de la Miel.

Tenemos que empezar en la Barriada del Cobre (Nos bajaremos del bus una vez pasemos justo al lado de fantástico y sorprendentemente desconocido acueducto algecireño  de Los Arcos, del S XVIII). Continuaremos atravesando una cancela que sólo permite el paso peatonal que nos permitirá acceder a un camino de grandes cortijos y huertos , con la presencia de algunas vacas, en el que el sol nos hará mella y nos obligará a protegernos debidamente. 



Comenzaremos a ver alcornoques. Los troncos de muchos de ellos, algunos centenarios, nos hablarán de la pela, actividad tradicional donde las haya que lleva realizándose en la zona desde hace generaciones, para la extracción del corcho. No viven mal no, las vacas que nos han saludado en el comienzo.




Los acompañan clásicos de nuestra flora de matorral mediterráneo como la aulaga, la zarza, el lentisco  o el palmito (única palmera autóctona del mediterráneo).



La instalación de un viejo molino, el de la Escalona, uno de los pocos que siguen en activo en el parque, será el verdadero pistoletazo de salida que nos sumergirá, tras la solana, en un mundo completamente distinto, el de la frescura y la sombre, el de la ribera del río. Tan sólo llevaremos un camino cuando nos sorprenderá un verdadero viaje en el tiempo. Allí permanece, cada vez más oculto por la vegetación, imponente pero devorado por el paisaje al igual que ocurre con algunas construcciones de civilizaciones olvidadas, un puente de piedra.
De vital importancia ha sido testigo silencioso de toda una época y nos habla de un pasado de caminantes y caballerías que desde la bahía de Algeciras se dirigían a la de Cádiz o a Medina Sidonia, de bandoleros que tenían en la oscuridad del bosque su coartada, su guarida.



Tras él un espacio en el que el protagonista es un árbol propio de los países nórdicos, de las islas británicas, de Centroeuropa: El Aliso. Lo escoltan laureles, fresnos, avellanillos, acebos... El bosque de galería que forma este habitante de la umbría es sencillamente espectacular.





Siempre me ha parecido interesantísimo comprobar como la vegetación, o más bien sus cambios, nos va avisando de la que se avecina. No fallan nunca en su papel de voceros del paisaje, los bioindicadores. Si durante el trayecto de solana veíamos tierras secas, herbáceas ya amarillentas por el número alto de horas de sol, a medida que nos acercábamos al río comenzábamos a ver helechos al principio de un pequeño tamaño.



Eran la avanzadilla, la infantería que da paso a lo que viene después. Los que nos anuncia la que se avecina.



Así es, un primer amago de canuto que nos devuelve de golpe al Terciario, a ese período de la Tierra de hace 65 millones de años con condiciones de vida tropicales, con unas altas temperaturas y humedad aún más constante y elevada.  Unos helechos de porte  gigantesco que pueden llegar a alcanzar los 2 m de altura, que podrían hasta asustarnos si no quedásemos nada más al verlos prendados de su belleza. En el Parque Natural de los alcornocales existen hasta nueve especies relictas y endémicas. Por no hablar de los líquenes , organismos que, como sabemos, surgen de la simbiosis entre un hongo y un alga o cianobacteria.



La fuente de la niña (de agua no clorada) es una gran ocasión para contemplar especies de helechos de pequeñísimo tamaño no vistas hasta el momento.



El molino del Águila en su ruina, en su decadencia, nos habla también como tras un pasado de esplendor ahora casi es absorbido, engullido, devorado y sirve como lienzo a la mejor de las artistas: la naturaleza.




Porque a veces no es necesaria la mano del hombre para convertir la piedra en arte. Nos lo dicen grandes parajes como el torcal de Antequera y también, como poca gente sabe, este sendero. ¿La isla de pascua? ¿Civilizaciones extrañas? Naturaleza, arte y magia.



Y parecerán no tener fin las maravillas que con la música de fondo del agua nos va mostrando el río en su transcurrir.


Una flora riquísima y también fauna. Anfibios como el sapo común, toda clase de insectos como libélulas, caballitos del diablo y gran variedad de lepidópteros y muchas más sorpresas que harán las delicias del naturalista.





Una serie de pozas nos conducirá a una final que adornada por una gran cascada nos invitará a estar allí un rato, todo el tiempo posible, todo el tiempo del mundo, ojalá. Nos esperará después el camino de vuelta, el mismo camino de vuelta. También habrá fauna que nos avisará de que termina el camino de umbría, aunque si estamos concluyendo la ruta caída ya la tarde, no nos tratará el mismo sol de justicia.



Es en definitiva una ruta fácil, recomendable para toda la familia, de aproximadamente 3 h ida y vuelta, con sombra abundante, e imprescindible para comprender por qué Andalucía es una de las regiones con mayor biodiversidad de Europa

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