Reflexiones sobre el Paraje Natural de los acantilados de Maro-Cerro gordo. II

A veces, da la sensación de que la propia naturaleza te guía hacia lugares que han permanecido ignorados u ocultos a aquellos que no hablan su idioma. Y de que para ello se sirve de personas, situaciones, coincidencias, aparecidas hábilmente en el camino. Este pequeño paraíso de roca y agua con musgos, líquenes, helechos y todo tipo de insectos se encuentra muy cerca del Paraje Natural de los acantilados de Maro-Cerro gordo. A unos pasos del abrupto y áspero monte mediterráneo sobre el que reina un sol sin piedad, como el recuerdo de un pasado lluvioso que la tierra guardase en el cajón de una de sus cicatrices, como el sueño de aquello que pudo ser y que quizás ya no será. No aparece en ninguna guía turística, ni en ningún folleto de la Junta y la persona que nos lo indicó parecía en cierto modo feliz con ello. Lo entiendo. Sería una pena que fuese descubierto por aquellos que vociferan a lo “Sálvame”, los de la jauría de vehículos con ladrido metálico o... Bueno, los que quieren estar contigo, vivir contigo, bailar contigo y tener contigo una noche loca.



La fotografía y la pintura son dos artes que tienen más cosas en común de lo que habitualmente pensamos. La perspectiva, el encuadre, las distancias y sobre todo la habilidad innata de saber captar todo eso en décimas de segundo para después apretar el disparador de la cámara o plasmarlo en un lienzo. Con paciencia y sangre fría, pero también con pasión. Mucha dedicación, pero también mucho sentimiento para capturar el alma de un instante y de todo lo que lo habita. Eso lo he aprendido gracias a la artista que está a mi lado, María Dolores Olea, que ha vuelto a superarse como fotógrafa de naturaleza. Bravo.



Siempre me ha llamado la atención ver la famosa cuesta de Maro repleta de vehículos hasta la misma señal donde se prohíbe el acceso de los mismos. Algunos (que llevan en su interior a supuestos ejemplares de la especie Homo sapiens) incluso se dan la vuelta escuchándose en ellos quejas sobre quién sabe qué. No creo que la razón sea no poder poner sus cuatro ruedas y su exquisito gas oil dentro de un paraje natural que es uno de los enclaves litorales más valiosos en biodiversidad de toda Europa. Eso no tendría lógica. Muchos nos deleitan con un viejo himno: “A ella le gusta la gasolina. Dale más gasolina”. 

Más extraño resulta ver que los individuos que se bajan de esos monstruos metálicos de hasta 1 tonelada no son abueletes cuyos cuerpos ya no les permitieran muchas alegrías en el caminar, sino jóvenes musculosos de gimnasio. Muchos de ellos han pasado horas quizás en una bici estática o en una cinta para estar de sobra preparados para esa cuesta y además las vistas no se pueden comparar con las del gim. Lo tengo claro. La razón debe ser que están preparándose para un holocausto nuclear habiendo hallado en esa playa algún bunker. De otra forma no se explicaría la gran cantidad de provisiones que llevan, comida para un mes, coloridas sombrillas, neveras, radio e incluso televisores. Y muchos niños gritones para perpetuar la especie. Amigos, la playa de Maro mejor a partir de Septiembre.




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