Castillo de Álora: El pasado todo entero.

Dijo Bergson que no pensamos más que con una pequeña parte de nuestro pasado; pero que es con nuestro pasado todo entero como deseamos, queremos o actuamos.
Y lo recordé mientras me perdía entre los recovecos fenicios, romanos, árabes y cristianos del castillo de Álora, una joya inexplicablemente olvidada por los planes turísticos, a menos de 40 minutos de la ciudad de Málaga.
Metáfora de las idas y venidas de la historia, al adentrarme en su alma de piedra, al subir a sus torres, pude sentir el origen, el germen fenicio de nuestras civilizaciones, los pasos de aquellos que encontraron en el cerro el lugar propicio para su asentamiento.
El trasiego de los visigodos, siglos después, levantaron la fortaleza de las ruinas que encontraron; tras ellos, la devastación de los vándalos; el esplendor de los árabes en el siglo X lo reconstruirían tal y como lo conocemos (aunque apenas se conserve un arco de herradura, único, eso sí, en Occidente), antes del asedio y posterior conquista cristiana.
"Álora, la bien cercada, / tú que estás en par del río, / cercóte el Adelantado / una mañana en domingo, / de peones y hombres de armas / el campo bien guarnecido; / con la gran artillería / hecho te habían un portillo"
Estos versos aparecen en una placa de cerámica incrustada en una de las murallas. Es el romancero de Álora, que narra cuando en 1434, en uno de los numerosos cercos de la hasta entonces plaza inexpugnable, falleció "El adelantado de Andalucía", don Diego Gómez de Ribera.
Tras la conquista, se construyó la parroquia, que aún podemos ver hoy, sobre los terrenos de la vieja mezquita; la población ocupó los terrenos de la antigua fortaleza, como en la Alcazaba malagueña, la Alhambra granadina y tantas otras a lo largo del corazón de nuestra tierra; sufrió el ataque de la caballería francesa en la invasión napoleónica; fue después cementerio (del que aún se conservan varios nichos) y, por último, el Monumento Nacional que es hoy.
Salimos del recinto, apenas veo a una familia y un par de coches, vuela mi mirada hacia el Valle del Guadalhorce, que se funde con el cielo, sobre sus pliegues y cicatrices, con su río de poca agua, y me acuerdo de Bergson, de "El adelantado", de los peones y las armas, de la artillería.
Pienso en ellos, en cada uno de los protagonistas anónimos, valga el oxímoron, en sus sueños, en sus miedos, en sus luchas, en todo lo que, sin darnos cuenta, han ido armando el puzzle de lo que deseamos, pensamos y actuamos, de lo que somos.
Si borramos alguna de las piezas de ese puzzle es imposible entendernos, es imposible entender nada. Las iniciativas que lo promueven desde una u otra ideología nos ensombrecen. Los rincones más oscuros de nuestro pasado nos bañan en luz.
Sí. Porque uno, hoy, cientos de años después, puede llegar aturdido por neones parpadeantes, asfixiado por ríos de gentes que inundan las ciudades. Y encontrará toda esa historia solo con prestar atención, solo con ser un liliputiense guiado por gigantes: los pueblos que nos precedieron.
Sin el más modesto de ellos, nosotros no seríamos nosotros. Por eso es tan necesario ese pasado todo entero que decía Bergson.










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