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Cambio climático: ciencia, no ideología

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A raíz de la intervención de la activista sueca Greta Thumberg en la ONU se han sucedido en las redes manifestaciones y debates mezclando ciencia con posturas meramente emocionales e ideológicas. Y, debido a la gravedad del tema, me parece fundamental dejar claros algunos conceptos: -El cambio climático es real. Desde hace décadas se llevan recogiendo por parte de los científicos una enorme cantidad de observaciones empíricas que permiten concluirlo tajantemente. -Hay un claro consenso en la comunidad científica en torno a que existe una relación directa entre la emisión de gases de efecto invernadero ‒principalmente CO2- desde el inicio de la Revolución Industrial y el aumento global de las temperaturas. Es decir, el fenómeno está provocado por nosotros. Países como China e India son los responsables de la mayor parte de estas emisiones. -Aunque muchas de las consecuencias sean a día de hoy desconocidas, también coinciden los expertos en anunciar un aumento de la frecuencia e i

Una paz de agua y espacio

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Dijo Neruda que venimos, si no recuerdo mal esos versos, de abrasados corredores, de túneles mordidos por el odio, del salto sulfúrico del viento. Y que creía en una paz de agua y espacio. Paz, agua, espacio. Qué difícil resulta, sobre todo porque las principales guerras habitan en nosotros mismos. Qué lejos estamos, la mayoría, del armisticio. Y cuanta confusión. No, la serenidad no es tristeza, ni el silencio aburrimiento, ni la soledad el enemigo . Por más que algunos se empeñen. En esa lucha vivimos hasta que la tierra nos regala momentos como este. La misma tierra que llora (todo mi afecto a los amigos de tantos lugares inundados por el llanto), la misma que escupe aguas turbias, como si se retorciese, como si se rebelase contra tantas tropelías que le infringimos los hombres. Leo “La muerte en Venecia” frente al mar, con los pies descalzos, la mirada sin ataduras y la razón sin emboscadas. Pienso en ello cuando, sin esperarlo, en mi diálogo interno, Mann apa

Vejer de la luz

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Beka en tiempos de fenicios y cartagineses, Besipo para los romanos, Bekkeh para los musulmanes, Vejer de la Miel durante siglos por la abundancia de colmenas, Vejer de la Frontera en nuestros mapas… Y para nosotros, simples viajeros sin la gravedad que imprimen las civilizaciones, será siempre Vejer de la Luz.

Los mapas

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Los mapas ya no publican la ruta de vuelta a ti, cantaba melancólico Javier de Torres en uno de sus mejores álbumes. Pero a mí siempre me ha parecido que en los mapas sí se plasma, a medida que cumplimos años, nuestra vida. Porque con ellos es como si se reescribiese, en cada ocasión, el mundo. Esa casa en ruinas al finalizar la calle, la luz colándose por las rendijas de unos olvidados ventanales, una mesa y una silla que esperan indemnes al caer la tarde, el rincó n perdido de no se sabe qué muralla, los ojos de ella y su asombro ante lo bello. Me da igual que sea en Madrid o en Vejer, en Tarifa o en Viena, en una gran urbe o en un elegante pueblo blanco. Abrir el mapa es, para mí, una de mis más imprescindibles liturgias. Tratar de adivinar caminos, anotar al margen, encontrar huellas, perderme, regresar por mis pasos, trazar sentimentalidades. Un material a base de señales, círculos, letras ininteligibles con las que unas veces doy forma a estas líneas, y que, en otras, tan

Los lances

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Cuenta la mitología que Hércules, obedeciendo al rey de Tirinto, se enfrentó al monstruo Gerión para robarle sus bueyes y entregárselos al monarca. De regreso, dividió en dos el Atlas para así poder pasar más facilmente, uniendo de esta forma el océano Atlántico y el Mar Mediterráneo, creando así el Estrecho de Gibraltar. El Estrecho era para los antiguos el límite de lo conocido, el último de los abismos, el fin del mundo, pero se convirtió en una de las rutas de  navegación más importantes del globo y testigo de numerosos episodios de la historia de la humanidad. Hoy, cuando los monstruos son otros, cuando parecemos no conocer límites ni abismos, se nos presenta aún con toda la fascinación, con toda la magia. Las que nos produce contemplar el tránsito de peces y cetáceos bajo sus aguas y de aves en sus cielos. Un homenaje a estas últimas es este sencillo sendero: el de Los Lances. Su nombre hace referencia a la playa homónima por la que discurre, la situada más al sur de toda

Playa de Bolonia

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C uando llegamos, una multitud de bañistas se agolpaban frente a la orilla clavando, cual lanzas en medio de la guerra, sus sombrillas en la arena. Nosotros, sin embargo, no pudimos dejar de caminar, hipnotizados, hacia una gran lengua de oro. Porque el estallido de colores que te regala esta playa, con el turquesa del mar, el azulado del cielo, el verde de las copas de los pinos y el dorado de las dunas, seduce, embriaga, exalta. Y te lleva irremediablemente a andar p ara ver más, para descubrir más, aunque la percepción de las distancias nos juegue una mala pasada y se haga de rogar nuestro destino. Pero merece la pena. Más de treinta metros son los que separan su cresta del suelo, nuestras huellas de su cielo. Treinta metros es la altura aproximada a la que se yergue monumental, frente a nosotros, la duna de Bolonia, en Tarifa (Cádiz). Una duna es un acúmulo de arena fruto de la acción cambiante del viento y del encuentro con diferentes obstáculos, lo que le da un gran dinam

Baelo Claudia: La Pompeya española

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Así definió el arqueólogo francés Pierre París la ciudad romana que encontró tras sus excavaciones hace ahora poco más de cien años, la misma cuyos vestigios hallara antes en los escritos de viajeros y eruditos. Dijo Kafka que leer es siempre una expedición a la verdad y no se me ocurren unos hechos que puedan dar a la frase más literalidad que el descubrimiento de Baelo Claudia, en Tarifa (Cádiz). Descubrimiento es, e impactante, salir del centro de interpretación y ver las columnas de la antigua basílica emerger y fusionarse con el azul turquesa del Atlántico, con el verde de los pinares y con el dorado de la gigantesca duna. Un espectáculo. Porque una de las grandezas de este conjunto histórico es, precisamente, el paisaje. Nada más y nada menos que la Ensenada de Bolonia, dentro del Parque Natural del Estrecho de Gibraltar, en la actualidad uno de los enclaves más vírgenes y menos transformados de la costa gaditana, y que atesora notables valores naturales y ecológicos. U