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Los lances

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Cuenta la mitología que Hércules, obedeciendo al rey de Tirinto, se enfrentó al monstruo Gerión para robarle sus bueyes y entregárselos al monarca. De regreso, dividió en dos el Atlas para así poder pasar más facilmente, uniendo de esta forma el océano Atlántico y el Mar Mediterráneo, creando así el Estrecho de Gibraltar. El Estrecho era para los antiguos el límite de lo conocido, el último de los abismos, el fin del mundo, pero se convirtió en una de las rutas de  navegación más importantes del globo y testigo de numerosos episodios de la historia de la humanidad. Hoy, cuando los monstruos son otros, cuando parecemos no conocer límites ni abismos, se nos presenta aún con toda la fascinación, con toda la magia. Las que nos produce contemplar el tránsito de peces y cetáceos bajo sus aguas y de aves en sus cielos. Un homenaje a estas últimas es este sencillo sendero: el de Los Lances. Su nombre hace referencia a la playa homónima por la que discurre, la situada más al sur de toda

Playa de Bolonia

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C uando llegamos, una multitud de bañistas se agolpaban frente a la orilla clavando, cual lanzas en medio de la guerra, sus sombrillas en la arena. Nosotros, sin embargo, no pudimos dejar de caminar, hipnotizados, hacia una gran lengua de oro. Porque el estallido de colores que te regala esta playa, con el turquesa del mar, el azulado del cielo, el verde de las copas de los pinos y el dorado de las dunas, seduce, embriaga, exalta. Y te lleva irremediablemente a andar p ara ver más, para descubrir más, aunque la percepción de las distancias nos juegue una mala pasada y se haga de rogar nuestro destino. Pero merece la pena. Más de treinta metros son los que separan su cresta del suelo, nuestras huellas de su cielo. Treinta metros es la altura aproximada a la que se yergue monumental, frente a nosotros, la duna de Bolonia, en Tarifa (Cádiz). Una duna es un acúmulo de arena fruto de la acción cambiante del viento y del encuentro con diferentes obstáculos, lo que le da un gran dinam

Baelo Claudia: La Pompeya española

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Así definió el arqueólogo francés Pierre París la ciudad romana que encontró tras sus excavaciones hace ahora poco más de cien años, la misma cuyos vestigios hallara antes en los escritos de viajeros y eruditos. Dijo Kafka que leer es siempre una expedición a la verdad y no se me ocurren unos hechos que puedan dar a la frase más literalidad que el descubrimiento de Baelo Claudia, en Tarifa (Cádiz). Descubrimiento es, e impactante, salir del centro de interpretación y ver las columnas de la antigua basílica emerger y fusionarse con el azul turquesa del Atlántico, con el verde de los pinares y con el dorado de la gigantesca duna. Un espectáculo. Porque una de las grandezas de este conjunto histórico es, precisamente, el paisaje. Nada más y nada menos que la Ensenada de Bolonia, dentro del Parque Natural del Estrecho de Gibraltar, en la actualidad uno de los enclaves más vírgenes y menos transformados de la costa gaditana, y que atesora notables valores naturales y ecológicos. U

El Empíreo

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Encadenando pasos, persiguiendo luces como en un cuadro de El Bosco, esculpìendo cicatrices. Somos un batir de alas, el rugir del viento, siluetas en el horizonte, arena de desierto. Somos el sueño de un ancestro, que pisó por vez primera esta tierra, el rastro de un futuro, la ilusión de una promesa. ¿Qué hay más allá? ¿Cuál la próxima frontera? ¿Qué se esconde tras el Empíreo? ¿Qué detrás de tanta fuerza? Lo pensé mientras abandonaba este mar, estas dunas, el calor, estas playas. Y me acordé de El Bosco, de ti, de tus anhelos, de tu esperanza. No te detengas, que lo llevamos escrito a fuego, el caminar aun estando solos, continuar aunque azote el miedo. Amar, desear, sentir, vivir, subir la última duna. Ninguna idea nos debe despojar de eso. Ninguna. Detalle de "La ascensión al Empíreo", de Hyeronimus Bosch (El Bosco) .

100 días de soledad

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En los últimos años había llegado a perder mi espacio para la liturgia, para el rito, para el reencuentro con uno mismo que supone apagar las luces, habitar el silencio, ocupar el más cómodo de los asientos de la casa y hacer, con el pretexto de una película o de un buen libro, como si parase durante unas horas el mundo. Me propuse recuperar eso y, afortunadamente, encontré hace unos días, esta joya,  perdida entre los programas emitidos por la segunda cadena. La cinta nos muestra el reto del fotógrafo de naturaleza José Díaz, consistente en vivir en su cabaña en el Parque Natural de Redes (Asturias) durante cien días, de manera autosuficiente, desconectado del mundo y su tecnología (sin electricidad, móviles, TV, etc.) y rodarlo sin la ayuda de nadie más. “El frío, el silencio y la soledad son estados que, en el futuro, serán más preciosos que el oro.” “Cada árbol, cada roca y cada arroyo se explican por sí solos, conforman una sinfonía a la que yo no tengo nada que añadir.”

Castillo de Álora: El pasado todo entero.

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Dijo Bergson que no pensamos más que con una pequeña parte de nuestro pasado; pero que es con nuestro pasado todo entero como deseamos, queremos o actuamos. Y lo recordé mientras me perdía entre los recovecos fenicios, romanos, árabes y cristianos del castillo de Álora, una joya inexplicablemente olvidada por los planes turísticos, a menos de 40 minutos de la ciudad de Málaga. Metáfora de las idas y venidas de la historia, al adentrarme en su alma de piedra, al subir a sus torres, pude sentir el origen, el germen fenicio de nuestras civilizaciones, los pasos de aquellos que encontraron en el cerro el lugar propicio para su asentamiento. El trasiego de los visigodos, siglos después, levantaron la fortaleza de las ruinas que encontraron; tras ellos, la devastación de los vándalos; el esplendor de los árabes en el siglo X lo reconstruirían tal y como lo conocemos (aunque apenas se conserve un arco de herradura, único, eso sí, en Occidente), antes del asedio y posterior conquista cr

Peñón de Salobreña - Mirador de Enrique Morente

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"La libertad es el arte de vivir." Esta frase del cantaor granadino Enrique Morente acompaña al monumento con forma de silueta dedicado a su figura que corona uno de los miradores más espectaculares que tiene Salobreña. Pero no es allí, en la cumbre del gran roquedo, a pocos metros del castillo árabe del siglo X, donde comienza la ruta que vamos a ver hoy, sino abajo, en las aguas, las mismas que baten otro promontorio: el Peñón. Comenzamos. Fue hasta hace unos siglos un islote, tuvo una importancia estratégica desde el punto de vista militar, lugar de culto para los púnicos y, entre sus recovecos, se han encontrado piezas de cerámica de épocas tan remotas como el neolítico, la edad del bronce o de la del cobre. Toda una joya que será nuestro punto de partida para comenzar a andar en dirección oeste, camino en el que al otro lado del mar no veremos grandes urbanizaciones, ni instalaciones hoteleras que provocan el irreparable impacto en el paisaje como en otras loca