Medio Ambiente: ¿Por qué no hay debate en la calle?


El pasado 9 de Mayo se aprobaba en el Congreso de los Diputados la nueva Ley de Costas con los votos del Grupo Popular capitaneado en este caso por el Ministro del ramo, el Sr. Arias Cañete. Ya escribí un artículo sobre el tema (“Costas, montes: ¿Es el modelo?”). En este, mostraba mi preocupación por una ley que, aunque no permite  nueva construcción a 20 m del mar como han desinformado algunos medios y dejado entender algunos grupos ecologistas, pone en manos de los Ayuntamientos actuaciones hasta ahora muy restringidas en las viviendas ya construidas a esa distancia pudiéndonos esperar lo peor por como han gestionado la mayoría de estos el urbanismo recientemente, por no hablar de la posibilidad de ciertas amnistías que aún está por ver. Un tema, en fin, que nos atañe a todos, si deseamos un litoral sano, atractivo, con un modelo sostenible, una buena calidad de vida y un medio ambiente saludable y respirable.

Los que me conocen saben que soy usuario del transporte público. Esto no le hace a uno mejor que aquellos que usen vehículo propio, pero sí da cierta ventaja en algo muy importante: tomarle el pulso a la calle.  En lo que va desde que se aprobara el texto hasta que escribo este post (unos 15 días) ninguna de las conversaciones que he escuchado tenía en su epicentro tan vital normativa ni ninguna otra relacionada con nuestro medio ambiente y no es porque la política no ocupe un lugar determinado en las mismas (ahora, ya que hace unos años lo frecuente era oir la expresión “paso de la política”. “Hasta que tenga el agua al cuello” tendría que haberse añadido a esa frase.) Días después de aquel día 9, sin embargo, en uno de mis trayectos en bus escuché como una señora (de media edad, cierta imagen de recursos, sin aparentar ser un político aunque su discurso era calcado al de muchos de ellos) adoctrinaba a otra de aspecto similar sobre la situación política del país. El análisis no podía ser más desalentador:   Los “anteriores” (así los llamaba) que hacían cosas por la gente, frente a “estos” que sólo buscan ganar dinero a toda costa privatizando. Ojo, que muchas otras conversaciones son iguales, pero cambiando de bando al malo, pero esta en concreto era así.

Con todos mis respetos a las opiniones de todo el mundo y sin querer extrapolar a toda la sociedad jugando a sociólogo, porque no soy tal sino biólogo, opino que cualquier persona que lea, no ya libros sino prensa, se dará cuenta que esta es una visión de parvulario. Una forma de ver las cosas simplista y sesgada, una media verdad que se cae con tan sólo tirar de hemeroteca, gracias a la cual se podrá comprobar que los males que afectan a la clase política la afectan en su conjunto (no estoy diciendo que todos los políticos sean iguales a nivel individual sino que las estructuras de los partidos, al menos de los dos grandes, comparten los mismos vicios sea cual sea su posición ideológica). Todos conocemos grandes casos de corrupción en los que están involucrado por activa o por pasiva uno u otro partido (Trama Gürtel en el PP, trama de los EREs de Andalucía en el PSOE  e IU, tramas varias de los Puyol en CiU…),  sabemos también de un estado que no ha hecho más que incrementarse mientras la ciudadanía y el sector privado se aprieta el cinturón beneficiando a administraciones autonómicas de todo signo político con déficits a la carta y otras facilidades para que puedan seguir manteniendo estructuras o cargos totalmente superfluos o prescindibles, sabemos también de las locuras al calor de la burbuja inmobiliaria de las Cajas de ahorro cuya factura para el contribuyente asciende a casi 40.000 millones de euros y en cuyos sillones se sentaban día a día representantes de todos los partidos y de los sindicatos, sabemos también del descontrol urbanístico sobre el que circula por ahí cierto mapa de la corrupción que sin necesitar ser contrastado caso por caso sí nos da una idea de que este tipo de corrupción tampoco es cosa de buenos o malos. De medio ambiente tenemos para escribir una enciclopedia de barrabasadas cometidas por unos y otros desgraciadamente. Y podríamos seguir.

Es, en definitiva, una crisis institucional y política sin precedentes que en mi opinión tiene en origen aunque no queramos verlo al votante. Porque tenemos que recordar que esta clase política que ahora vilipendiamos no ha llegado al poder a través de golpes de estado ni de conspiraciones financieras como tanto gusta decir a algunos, sino mediante votos. Y es hora de que nos formulemos la pregunta más políticamente incorrecta e incómoda de todas: ¿Tiene ahora mismo todo aquel que acude a las urnas los suficientes elementos de juicio para llevar a cabo una acción tan trascendental como es el voto?

Yo creo que no. ¿Tiene solución? Claro y en ella podemos participar todos (maestros, escritores, periodistas…): desarrollar el espíritu crítico como valor fundamental desde las edades más tempranas, valorar la honestidad intelectual por encima de todas las cosas y rechazar a aquellos que fruto de dogmatismos y partidismos la abandonan, tomar conciencia de la importancia de ser partícipes en el rumbo de los acontecimientos mediante un arma tan poderosa e infravalorada como es el voto, identificar las capillitas ideológicas como anuladoras de la voluntad y del pensamiento y alentadoras de la división (Ya dijo Fernando Morán que el gran enemigo de la democracia es la militarización del pensamiento político), exigir a los medios una información veraz... Sólo de esta forma podremos crear una sociedad plenamente democrática formada por seres adultos, responsables y libres.


Bueno, obviamente la señora no dijo nada de la Ley de Costas.


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