Castillo de Salobreña - El Caletón I

Lo reconozco. Cuando se trata de naturaleza, de senderos, de Historia, podría estar caminando el día entero, como un autómata, y casi no me daría cuenta. Tan solo en el momento de la llegada, mi cuerpo se percataría de lo recorrido ¿Por qué cuento esto? Porque la ruta que vamos a ver a continuación son en realidad dos, pero no pudimos resistirnos a hacerlas una tras otra, en el mismo día. Son más horas, más kilómetros, más desniveles seguidos, pero merece mucho la pena.
Vimos paisajes increíbles, vistas espectaculares, y en enclaves muy distintos: un castillo árabe del siglo X perfectamente conservado, encaramado en lo más alto de un enorme roquedo; un casco urbano laberíntico de calles empinadas y estrechas y casas encaladas; acantilados abruptos con calas recónditas de la Red Natura 2000 en las que apenas caben una decena de personas.
Hablo de Salobreña, un municipio de la Costa Tropical granadina que yo definiría como una perla por descubrir, con un potencial que hace difícil entender que no llame la atención de más turistas, aunque quizá en eso, en haber sabido sortear y no caer en el turismo masivo que destruye y agota el paisaje, radique gran parte de su atractivo.
Empezamos. El castillo impresiona. No se le ve, cuando empiezas a subir cuestas desde la Calle Cristo en el centro del pueblo. Tienes que ir a la playa para presenciar su enorme mole desde lo más alto, como atalaya, como vigilante, testigo mudo de un pasado en el que del mar venía la vida, pero también la muerte. No se ve, pero se intuye, cuando vas ascendiendo por el laberinto y entiendes que ese abigarrado entramado urbano se fue poco a poco adheriendo a la roca, como formando una segunda piel de piedra en la ladera del monte que preside la fortaleza, como lo hiciera un niño con una madre o con un padre buscando abrigo.
Y llegas arriba, y vas quedando maravillado con los miradores, y pasas la plaza del viejo Ayuntamiento y descubres la Iglesia de Nuestra Sra. del Rosario, cuyo pórtico mudéjar es prácticamente idéntico al de la de Santiago, en Málaga. Y entras en el bastión para recorrer sus recovecos, sus almenas, sus murallas, cada una de sus torres desde las que se ve todo, la vega, la sierra, el mar, tal vez África, para imaginar otros tiempos, otras emociones, otras gentes. El lenguaje de lo eterno, descifrado entre muros y silencios. 
Combinación ecléctica de las arquitecturas musulmana y cristiana, dispone de un recinto interior que se correspondería con el antiguo alcázar nazarí y de otros dos, de función defensiva, que son resultado de ampliaciones cristianas de finales del siglo XV.
De esta fortaleza tenemos su primera mención en el año 913, cuando Abderramán III llegó a estas tierras para imponer su disciplina tras unas revueltas, pero con un origen muy anterior, como apuntan las investigaciones arqueológicas, remontándonos a la España visigoda. Durante la dinastía nazarí, entre los siglos XIII y XV sería una inmejorable atalaya para controlar el cultivo de la caña de azúcar, palacio de verano para los reyes y prisión. 

CONTINUARÁ





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