Ojos de buey

Desde el ojo de buey de un barco, el puerto de Algeciras parece Nueva York. Es como si algunos lugares nos dotasen de otra forma de mirar, con más magia tal vez. O quizá sean los momentos, las fases en las que la vida nos pasa, nos atraviesa.

Porque también en el mismo barco, cuando cae el silencio, los motores suenan como los alaridos de una ballena metálica.
Eso me ha llevado a recordar aquellos años en los que preparaba la oposición, aquella a través de la cual entré a formar parte del Instituto Español de Oceanografía (IEO). La ilusión, las ganas de luchar por un futuro, despertar cada mañana con un objetivo, la fe en una meta que veía ahí, a la vuelta de la esquina.
Pero también los primeros desengaños, aquellos aprendizajes que sentí como fracasos, la desorientación, las dudas, la falta de oportunidades. Las voces de los que me decían que era imposible, aquellos que, como en el poema de Benedetti, prefieren vivir inmóviles al borde del camino.
Tal vez de lo que se trate es de asumir que esa montaña rusa somos nosotros, deliciosamente subjetivos, perfectamente imperfectos. De no tomarnos tan en serio. Declarar, en esta época de fanatismos y certezas, la más que probable irrealidad de nuestras realidades. Y a pesar de todo, (puede que de ahí nazca nuestra resiliencia) tirar para adelante.
"Aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y calle el viento" continuaba el inolvidable poeta uruguayo.
Estoy en una campaña oceanográfica, a muchas millas de distancia de casa y de aquellos a quienes quiero y he comprendido que merece la pena, que hay que aprovechar siempre las oportunidades de expandir los horizontes, de continuar el viaje, de seguir creciendo. Que estas llegan y desaparecen y muchas veces no vuelven, como la espuma de las olas.
Que todo eso es lo que va armando el puzzle de lo que somos. Piezas con las que conjurar el vacío o la incertidumbre, que encajarán con los abrazos, los anhelos, la esperanza. Pedazos con los que recomponernos cada una de las veces que nos rompemos.
Que sin riesgos estaremos más seguros, pero seremos menos fuertes y menos humanos.
Que por todo eso deberíamos decir gracias más a menudo, que no sabemos nada del futuro y desconocemos casi todo de nosotros mismos.
Seres desconcertantes, aunque irrepetibles, únicos. Que en la noche oímos alaridos, pero nuestros ojos son de buey.







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