Historia en Almuñécar

Como dijo Lamartine, la casualidad nos da aquello que nunca se nos hubiera ocurrido pedir. Cuando dejamos La Herradura y llegamos a Almuñécar no sabíamos muy bien qué hacíamos allí, pues aquel no era el tipo de lugar que buscábamos. Pero, ni en nuestros deseos más optimistas se nos hubiera ocurrido pedir, en Almuñécar, un entramado urbano histórico adosado a las murallas de un castillo como el que existió hasta no hace muchas décadas en Málaga o Granada.
Y es que siempre me han parecido fascinantes las fotografías de la Alcazaba malagueña habitada. Casas en su mayoría de una sola planta, de paredes encaladas, calles de trazado laberíntico emulando su origen musulmán, gentes humildes, pobreza, abandono, pena. Aquello tuvo su origen en la pérdida de la función militar de la fortaleza por parte de Carlos III en 1786, lo que atrajo a ella a personas de pobre condición social conformándose todo un barrio. Algo similar ocurrió en La Alhambra, la que descubrieron los románticos, la de los cuentos de Washinton Irving, la de posteriormente Gerlad Brenan.
En Málaga, fue sobre todo D. Juan Temboury el que inició la demolición de todas aquellas viviendas, algo necesario para que pudiera reconstruirse La Alcazaba tal y como hoy la conocemos. Pero uno siempre ha creído que la Historia no debe hacer distinciones y que forman parte de ella tanto los califas que la habitaron como palacio en sus inicios como los gitanos que malvivían en sus muros en esos años. Como también, con lógica, que ya no iba a presenciar nada de eso, que nunca podría sentir lo que sintieron Irving o Brenan. Y llega a Almuñécar y se le rompen a uno los esquemas. El turista estaba fuera, en la playa, en el sopor de las hamacas y los calores, en la música estridente del chiringuito, en la lenta atonía de las multitudes. Nosotros preferimos adentrarnos y viajar al pasado unas cuentas décadas. Un trayecto para el que nadie nos pidió ticket.
Y hablamos con algunas mujeres gitanas que allí aún habitan, que nos miraron, al principio, con extrañeza. Y nos perdimos en su laberinto. Y contemplamos la sencillez de sus viviendas, algunas en ruinas, otras con la dignidad que da el cuidado de lo que se ama.
Una maravilla que deberían mimar y conservar en Almuñécar. Tienen algo excepcional y tengo la sensación de que no lo ven, cegados por arena de playa. Una empleada del castillo nos dijo, sin ir más lejos, que allí no había nada "histórico". Una pena.
Un improvisado túnel del tiempo en forma de estrecha callejuela nos llevó de nuevo al siglo XXI, a la bulliciosa plaza del Ayuntamiento en la que la gente seguía su transitar, su prisa, su rutina, como si no hubiera ocurrido nada. Para nosotros habían pasado décadas, tal vez siglos, fruto de una casualidad que nunca se nos hubiera ocurrido pedir.






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