Sendero Torre de Cerro Gordo

Cabras montesas saltando los riscos de un fantástico monte mediterráneo, torres vigías del siglo XVII perfectamente conservadas, playas de aguas cristalinas en las que pueden observarse peces sin salir de la orilla... Y todo ello a unos minutos de la civilización. En pocos lugares de Europa es imaginable algo así. Es el Paraje Natural de los Acantilados de Maro-Cerro Gordo.

España es el país europeo con mayor biodiversidad y fiel representación de ello es el tesoro que tenemos entre las provincias de Málaga y Granada. Si en otra ocasión os hablé del lado oeste (Maro), hoy quiero hacerlo del este (Cerro Gordo). Deciros que las fotos que comparto aquí no son resultado de horas de observación ni producto de sofisticadas cámaras. Al contrario, están al alcance de todo aquel dispuesto a olvidar el soniquete de los smartphones, a hacerse uno con la naturaleza, a hablar su propio lenguaje.

Un sendero corto nos llevó a la torre vigía de Cerro Gordo. Se construyó hace unos cuatro siglos para alertar de la llegada de piratas. Eran berberiscos, otomanos, normandos y también anglosajones. Una señal a tiempo evitaba que poblaciones enteras fueran arrasadas e incendiadas con un coste terrible en vidas humanas entre los moradores de estos pueblos. Trato de imaginar todo eso en un absoluto silencio mientras pierdo mi vista en un mar tan azul como inmenso.

Aprovechamos al regreso para enlazar este sendero con otro que nos lleva a la playa de Cantarriján. Una bajada por una empinada cuesta en pleno monte mediterráneo de pinares de repoblación, encinas, coscojas, retamas, jaras y palmitos, en la que aparecieron un par de ejemplares de jovencísimas hembras de cabra montés (Capra pyrenaica) como la de la foto. Una maravilla que nos ha acompañado a los hombres desde los tiempos más remotos, como demuestran numerosas escenas en pinturas rupestres del pleistoceno. Estuvo al borde de la extinción y fue la creación en 1905, por el rey Alfonso XIII, del Refugio Real de Caza de la Sierra de Gredos, la primera de las medidas que salvaron a una entonces reducidísima población. Admiración y respeto ante la figura de nuestra gran cabra mientras la vemos perderse entre los riscos.

Y, al fin, el mar. Más apetecible que nunca bajo el sol abrasador de Julio. Tengo que decir que afortunadamente he conocido muchas playas a lo largo de nuestra geografía y en ninguna de ellas he podido ver y fotografiar semejantes bancos de peces en la misma orilla como este de obladas (Oblada melanura). La imagen que vemos, ojo, no es submarina. Está tomada desde fuera del agua, lo que nos da una idea de su limpieza, de la del paraje y de la gran cantidad de praderas de posidonia que en él aún habitan. Un gran acierto que ha tenido la Consejería de Medio Ambiente es el de prohibir el acceso de vehículos y su estacionamiento en las zonas cercanas a la playa. Todo eso suma. Deberían hacer lo mismo con la más castigada playa de Maro. Un microbus se encarga de subir y bajar pasajeros desde la 340 por solo 2€.

En definitiva, una joya que tendemos a creer que está ahí porque tiene que estar ahí y no caemos en la cuenta de que si podemos disfrutar de ella es por la dificilísima lucha de biólogos y de amantes de estas tierras contra las presiones de los de siempre, los que sacrificarían todo esto prometiendo a cambio "desarrollo y puestos de trabajo". Ojalá se hubiera podido salvar más litoral en aras de una conservación que es además diferenciación, generación de destino y valor añadido. O sea, lo que sí genera empleo sostenible y de calidad. Pero se hizo lo que se pudo. Al igual que aquellos vigías que avisaban de la presencia de berberiscos. Este paraje nos toca a todos descubrirlo, amarlo y conservarlo.







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