Naufragio en La Herradura

Dijo Borges que el mar es un antiguo lenguaje que nunca se alcanza a descifrar. Nadie sabe cuan cerca estuvieron de hacerlo los 5.000 tripulantes de las 25 galeras de la Armada Española que perdieron la vida aquel 19 de octubre de 1562 en la bahía de La Herradura.
Y es que los fondos marinos de esta joya de nuestro litoral esconden los restos de un naufragio, los ecos, para quien se pare a escucharlos, de una tragedia que marcó el devenir de un imperio. Felipe II pretendía el control del Mediterráneo para poner freno a los turcos y expulsar de las costas a los corsarios. Hoy, más de cuatro siglos después, uno solo busca en estas aguas poner freno al rugido de los cláxones, al desquiciante tintineo de los whatssaps, uno es un merodeador de silencios frente a los corsarios de lo estridente, un descifrador de lenguajes antiguos como decía Borges.
El gran marino Juan de Mendoza no pudo con el temporal y los 25 barcos que dirigía permanecen ocultos en algún lugar de estos fondos y en algún pie de página de una Historia que muchos hoy ignoran o desprecian. Al menos Cervantes se atrevió a bucear en el mar de la memoria y rescatarlos en la tabla salvavidas de una cita en su (nuestro) Quijote: “que fue hija de Don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en La Herradura...” Los buenos escritores forman patrullas de salvamento contra el olvido.
La furia del oleaje hizo que las galeras chocaran unas contra otras hundiéndose y con ellas miles de marineros. Y con ellos miles de atardeceres, miles de puertos que ya no verían, miles de sueños, miles de abrazos, miles de besos de ella camino a ninguna parte. Aún continúan allí, en algún lugar, vestidos de mar, como imaginaron a Storni, pero sin laureles ni canciones. Se salvaron otros dos mil, precisamente galeotes, es decir, prisioneros usados como remeros, en otra de esas piruetas con las que pareciera que el destino juega con los hombres. Podría ser un brillante argumento para una novela o para una película, tal vez.
Miro a mi alrededor y solo veo bañistas, niños disfrutando de los juegos y del verano. Pero me acuerdo de Borges, del marino Juan de Mendoza y sus 25 barcos, de Cervantes. Pienso en ellos, en los que perecieron, en los supervivientes, en los náufragos, cuando el viento empieza a levantar unas pequeñas olas. Quizá como aquel día de otoño de hace más de cuatrocientos años. Trato de protegerme esquivando las salpicaduras, pero caigo en la cuenta de que eso no sirve ni contra las olas del mar ni contra las de la vida. Porque, dijo Borges, que el mar es un antiguo lenguaje que nunca se alcanza a descifrar. Y la vida, añado yo, tampoco.


Monumento a los Hombres de Mar, de Miguel Moreno. Playa La Herradura.

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