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Una playa natural: la mejor defensa contra los temporales

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Ha pasado ya una semana desde que el temporal Gloria dejase notar sus efectos más devastadores. 13 personas han fallecido a lo largo de nuestra geografía. Vaya por ellos mi más sentido recuerdo. El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha visitado Mallorca, una región fuertemente golpeada por la borrasca. No es difícil saber lo que vendrá después porque esto no es nuevo, aunque el cambio climático esté aumentando, según los expertos, la virulencia y frecuencia de estos eventos. Hablo de inventariar el desastre, de cuantificar las pérdidas, de declarar la zona como catastrófica, de esperar (mucho, en la mayoría de los casos) a que lleguen las ayudas. Lo que hoy son escombros, paseos marítimos que parecieran haber sido pisoteados por gigantes, coches engullidos por el fango o playas reducidas al mínimo dejarán paso a costosas obras de reparación y a la mal llamada regeneración de dichas playas mediante toneladas de arena que permanecerán allí… Hasta el siguiente temporal. Hay

Los lances

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Cuenta la mitología que Hércules, obedeciendo al rey de Tirinto, se enfrentó al monstruo Gerión para robarle sus bueyes y entregárselos al monarca. De regreso, dividió en dos el Atlas para así poder pasar más facilmente, uniendo de esta forma el océano Atlántico y el Mar Mediterráneo, creando así el Estrecho de Gibraltar. El Estrecho era para los antiguos el límite de lo conocido, el último de los abismos, el fin del mundo, pero se convirtió en una de las rutas de  navegación más importantes del globo y testigo de numerosos episodios de la historia de la humanidad. Hoy, cuando los monstruos son otros, cuando parecemos no conocer límites ni abismos, se nos presenta aún con toda la fascinación, con toda la magia. Las que nos produce contemplar el tránsito de peces y cetáceos bajo sus aguas y de aves en sus cielos. Un homenaje a estas últimas es este sencillo sendero: el de Los Lances. Su nombre hace referencia a la playa homónima por la que discurre, la situada más al sur de toda

Playa de Bolonia

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C uando llegamos, una multitud de bañistas se agolpaban frente a la orilla clavando, cual lanzas en medio de la guerra, sus sombrillas en la arena. Nosotros, sin embargo, no pudimos dejar de caminar, hipnotizados, hacia una gran lengua de oro. Porque el estallido de colores que te regala esta playa, con el turquesa del mar, el azulado del cielo, el verde de las copas de los pinos y el dorado de las dunas, seduce, embriaga, exalta. Y te lleva irremediablemente a andar p ara ver más, para descubrir más, aunque la percepción de las distancias nos juegue una mala pasada y se haga de rogar nuestro destino. Pero merece la pena. Más de treinta metros son los que separan su cresta del suelo, nuestras huellas de su cielo. Treinta metros es la altura aproximada a la que se yergue monumental, frente a nosotros, la duna de Bolonia, en Tarifa (Cádiz). Una duna es un acúmulo de arena fruto de la acción cambiante del viento y del encuentro con diferentes obstáculos, lo que le da un gran dinam