Playa de Bolonia

Cuando llegamos, una multitud de bañistas se agolpaban frente a la orilla clavando, cual lanzas en medio de la guerra, sus sombrillas en la arena. Nosotros, sin embargo, no pudimos dejar de caminar, hipnotizados, hacia una gran lengua de oro.
Porque el estallido de colores que te regala esta playa, con el turquesa del mar, el azulado del cielo, el verde de las copas de los pinos y el dorado de las dunas, seduce, embriaga, exalta. Y te lleva irremediablemente a andar para ver más, para descubrir más, aunque la percepción de las distancias nos juegue una mala pasada y se haga de rogar nuestro destino.
Pero merece la pena. Más de treinta metros son los que separan su cresta del suelo, nuestras huellas de su cielo. Treinta metros es la altura aproximada a la que se yergue monumental, frente a nosotros, la duna de Bolonia, en Tarifa (Cádiz).
Una duna es un acúmulo de arena fruto de la acción cambiante del viento y del encuentro con diferentes obstáculos, lo que le da un gran dinamismo. Esta, que además cuenta con 200 m de ancho, es Monumento Natural y se encuentra en pleno Parque Natural del Estrecho.
Debido a la tectónica, es uno de los pocos sistemas transgresivos de Andalucía, es decir, que continúa avanzando tierra adentro, azotada por el levante y engulliendo, a veces, el pinar de pino piñonero (Pinus Pinea) con el que se repobló para frenarlo. Es la contienda entre el hombre y la naturaleza, entre el mar y la tierra.
Al llegar al acantilado, notas la presencia del matorral, con especies como la modesta Ammophila arenaria (Barrón) anclada firme con raíces profundas; la elegante Euphorbia paralias (Lechetrezna de mar), erguida y resurgiendo de entre las arenas como si no nada pasara; e incluso la vital desde el punto de vista ecológico Juniperus oxycedrus subsp. macrocarpa (Enebro costero).
Las dunas son sistemas de gran valor ecológico que debemos conservar. Su eliminación supone, además de la de biodiversidad, la pérdida de la primera defensa contra los temporales, lo que conlleva un considerable gasto. ¿Cuántos millones de euros empleamos cada año en añadir arena artificialmente a nuestras costas, cosa que estos entornos, de forma natural, harían?
Lo pensaba mientras subía, con el levante peinando las esperas, bajo un sol que no hiere, con los pies cayendo y retornando de la tierra, rompiendo olas que son como las del mar. Mientras caminaba junto a otros, siluetas en el horizonte, ebrios del pulso ancestral de traspasar fronteras, sombras ínfimas en medio de la nada, rumbo a lo inconmensurable, a lo inabarcable.
Cierro los ojos. Y solo escucho un silencio de viento y arena. Y pienso en que habré de bajar, darme un baño tal vez si no está el agua demasiado fría, descansar antes de irnos, apurar los últimos minutos de turquesa, azul, verde y oro, las últimas brisas de Bolonia.









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